I

"Somos islas casi invisibles"

Crecí en una isla, asequible en su forma más abstracta,
dorada bajo el fundamento de sus propios moradores.
Por sus aguas fluía el alamar del pensamiento,
la transmutación, el germen, la salmodia de toda geografía.
Viví en la órbita del litoral que me fue confeccionado,
con el silbo del jilguero, el manjar proveído por voces anteriores,
el zumo conmensurado con divina sabiduría -jamás olvidaré el aroma a sándalo-.
Se me enseñó a sembrar sobre franjas de luz, fruto en fruto,
a pregonar bajo la misma tónica de un oleaje audaz y migratorio,
a graduar mi tacto a la composición del sol.
Mi isla tal vez era una gota de tierra en la llanura del mar;
su fundación, una concordia de fibras más allá de los trópicos.
Morí en aquella isla -decisión propia-. De cada músculo rasgado
vertí mi esencia insular para dar origen a luminares transoceánicos,
remansos inagotables, archipiélagos nuevos.









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