De pesca



Tomé mi pequeña caña de pescar, mi sombrerillo de paja, mis botas largas, y le renté una vieja barca al tío Joel para adentrarme a la laguna. He de admitir que al principio no conseguía sacar nada, quizá la falta de técnica o de paciencia, lo cierto es que de emprender la jornada a cada salida de sol, el pasatiempo se volvió oficio, y al cabo de unos meses en el pueblo me han regalado el título de El pescador (ya casi nadie se interesa en esta tarea de la pesca). Este trabajo no sólo me ha dado de comer sino que a veces, de la laguna, se presentan objetos que para mí son siempre nuevos: un par de tenis roídos, el medallón que jamás creí obtener, decenas de botellas sin mensajes, un pañuelo de lunares que tuvo la suerte de ahogar sus lágrimas, un dinosaurio cuello largo con rebaba plástica, mitades de un disco de acetato, el resto de una muñeca quemada, una cartera sin tarjetas ni dinero pero con un álbum familiar, una navaja -la única posible evidencia de un crimen, quizás-, flores artificiales aventadas al fondo para quitar las penas, anzuelos de quienes nos han presidido, una cámara desechable con fotos que ya nunca serán reveladas, lentes, bolsos, contratos... la lista es demasiado larga: ¡Tantas cosas que uno llega a encontrar en esta laguna mental!


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