Sonata tercera


Recuerdo la noche cuando escuchábamos la sonata tercera. Escribías en tu diario, pausabas un poco,
mordías la pluma, volteabas a mirarme y continuabas: esa noche aprendí a leer tus labios. 
Escribías para perder el cuerpo, pero un día dejaste caer al piso las hojas de tu memorial justo cuando el viento arrasaba con todo lo que veía a su paso; no fue tu culpa, te embarcaste olvidando el mapa, mas nunca fue tu culpa. Cuando me preguntabas en secreto ¿ahora qué hacemos? pensaba que valía la pena extendernos en las utopías sin importar las consecuencias.

Dondequiera que estés, no dejes de escribir.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares