Qué pequeña era tu boca

Qué pequeña era tu boca
cuando te llamabas a ti misma
emperatriz maravilla;
no dejabas de sorprenderte
de lo sencillo que era para ti
disipar el azoro nocturno
de quien parece no saber del cielo.

Gotas de naranjo por tu cuello
y yo ya desfilaba sueños en vergel,
grato discurso el de tus tobillos
que subían y bajaban con cadencia galana.

Abalorio repentino, cuando de tanto surcar el aire
clasificabas perfectamente
el color, el brillo, el contraste.

Beata tela que te cubría sin cubrirte,
velada lúdica
el decoro copioso de tu tacto,
hipnotismo enfatizado
la párvula partitura de tu canto.

Eras centuria, transición,
exquisito fluir, blando consejo,
casto apuro de la infancia.

Era tu cabellera laurea, seductora y piadosa,
la que proveía el velo a mis ojos;
eran tus dardos (labios) tibios, pan y vino,
(Tus miradas) tus ráfagas de luna, las que mantenían despierto
este recinto mío, vigilando el propio reloj del tiempo,

que no se detenga, no, que no se detenga.

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